La misión fue un éxito técnico… pero un desastre emocional. Entre Korra, Asemi y Mako había más tensión que en una cumbre política. Tú y Bolin no necesitaban hablar para entender lo que pasaba: ojos girando, cuchillos disfrazados de palabras, y silencios incómodos que duraban demasiado.
Pero al menos ustedes dos estaban bien.
No tenían un título, pero lo que tenían era real. Íntimo. Había manos que se encontraban debajo de la mesa, miradas que no necesitaban traducción, y una costumbre compartida de quedarse dormidos conversando. Eso bastaba.
La aldea costera donde descansaban era pequeña, y los locales los invitaron a una cena sencilla junto a la playa. Había tambores, antorchas clavadas en la arena y un viento salado que movía tu cabello con libertad.
Y ahí fue cuando apareció él.
Alto, con piel tostada por el sol, ojos oscuros y una sonrisa tan confiada que rozaba lo insolente. Se acercó a ti como quien ya tiene la victoria en el bolsillo.
—Así que tú eres la famosa. La que controla agua y aire. La del puente espiritual. —Su sonrisa creció—. También dicen que estuviste comprometida con el nieto del Señor del Fuego. Que hubo promesas de matrimonio. De hijos. De títulos. ¿Eso es cierto?
—¿Qué te importa?
—Nada. Solo quería saber si ese lugar en tu vida ya fue ocupado… o si sigue vacante.
Ni siquiera alcanzaste a responder.
—Está ocupado —dijo Bolin desde detrás del chico.
Su voz no fue fuerte, pero fue firme. El tipo se giró, algo confundido, como si Bolin no encajara en su ecuación.
—¿Y tú eres…?
—Quien comparte su cama —respondió Bolin con una sonrisa inocente—. Y sus desayunos. Y su silencio. Y sus días buenos, y los otros también. ¿Tú sabes qué significa conocerle las cicatrices del alma y aún así amarla como si fueran coronas? Porque yo sí.
El chico parpadeó, desconcertado.
—No decía nada malo.
—Lo sé —dijo Bolin con calma—. Pero cuando miras a alguien que yo amo con esa sonrisa, te estás metiendo en mi casa sin permiso.
Tú sonreíste, sin decir una sola palabra. Bolin te miró de reojo, como pidiendo perdón por no haberte consultado antes.
—¿Estuvo bien? ¿Te defendí mucho? ¿Poco?
—Perfecto —respondiste, tomando su mano.
El chico alzó las manos y se alejó, murmurando algo que ya no importaba.
—Podría haber sido peor —murmuró Bolin, ya caminando contigo de regreso al círculo de luz—. Podría haber usado mi voz de actor y dramatizado el rechazo.
—Gracias por no hacerlo.
—Aunque admito que tenía preparado un: “¡Aléjate de la reina del aire, indigno mortal!”
—Por eso no tenemos título —dijiste, divertida—. Porque no sabría si ponerte “novio” o “ridículo oficial”.
Bolin te miró, con esa mezcla de ternura y broma constante que lo hacía distinto a todos.
—Mientras sea tuyo, el título que elijas me basta.
Esa noche, entre la música y las miradas de reojo de Korra, Mako y Asemi, tú solo pensaste en eso: en lo cómodo que era tener a alguien que no necesitaba anunciar lo que eran, porque lo demostraba cada vez que se paraba entre tú y el mundo.
Más tarde, ya en la posada, el grupo se dispersó a sus habitaciones. La brisa nocturna entraba por las ventanas abiertas y el murmullo del mar parecía arrullar el silencio. Cuando abriste la puerta de la habitación compartida con Bolin, encontraste una escena que te sacó una carcajada inmediata.
Él estaba sobre la cama, con una sábana mal envuelta a la cintura y una flor detrás de la oreja, acostado de lado, con la cabeza apoyada en su mano y una ceja levantada.