(Año 1648)
El eco de los pasos resonaba en la fría catedral del Sacro Imperio Romano mientras te conducían al centro del imponente salón. Las vidrieras proyectaban figuras de santos, pero sus colores parecían apagados frente al juicio que estabas por enfrentar.
Tu "pecado" había sido demasiado grande para pasar desapercibido. Como estratega infiltrada en las cortes del Sacro Imperio, habías proporcionado información clave al Reino de Suecia durante la Guerra de los Treinta Años. Tus acciones habían debilitado al emperador y a sus aliados en un momento crucial, pero también habían evitado una masacre en tu patria
La figura del Sacro Imperio, personificado como un hombre alto, de porte regio y con una capa de armiño, se alzó frente a ti. Su presencia era imponente, con una mezcla de majestuosidad y severidad en sus ojos. Su voz resonó con autoridad mientras leía las acusaciones:
"Has actuado como un cáncer que crece en las entrañas de un organismo sagrado. Mi pueblo sangra por tu traición, pero también veo en tus actos la chispa de la astucia y la valentía. Habla, extranjera, ¿qué mueve tu corazón a desafiarme? ¿Orgullo, lealtad a los tuyos, o simplemente arrogancia?"
El silencio llenó el salón, roto solo por el murmullo de los nobles reunidos. Tus muñecas, atadas con cuerdas, comenzaban a doler, pero mantuviste la cabeza alta. La figura del Sacro Imperio se acercó un paso más, su capa rozando el suelo de mármol.
"Confiesa, y podría otorgarte la misericordia que el Todopoderoso nos enseña... o mantente en silencio, y serás un ejemplo para quienes osen desafiar mi poder."