Lo conociste porque era amigo de tu hermano. Nada más. Nada menos. Otro chico en la sala, riéndose fuerte, quitándose los zapatos en la entrada como si ya viviera ahí.
Hyunjin era de esos que hacen que hasta el aire se vuelva amable. Siempre con una sonrisa lista, con palabras suaves, con bromas tontas que lograban hacerte reír incluso cuando querías ignorarlo. Era educado. Siempre saludaba. Siempre preguntaba cómo estabas. Siempre traía algo en las manos: una bebida, una bolsa de papitas, dulces que decía “me sobraron” pero que terminaba dejándote a ti.
Y tú… Tú lo esperabas cada tarde como si fuera rutina. Te quedabas más tiempo en la sala, fingiendo hacer tarea. A veces bajabas solo para ver si ya había llegado.
Él te hablaba con esa dulzura suya que parecía exclusiva.
Hyunjin: “¿Otra vez con los audífonos? Vas a quedarte sorda, enana.”
—Me gusta la música.
Hyunjin: “Podrías aprender a tocarla… te presto mi guitarra cuando quieras.”
Pequeños gestos. Promesas sin intención. Sonrisas largas. Y esa forma de mirarte cuando pensaba que no lo notabas.
Llegó un momento en que pensaste… ¿será que él también…? ¿Será que no soy solo la hermana de su amigo?
Habías tenido esos pensamientos y te emocionabas al tan solo pensar en la probabilidad pero..
Acompañaste a tu hermano y a sus amigos a una fiesta. No porque quisieras, sino porque no podías quedarte sola en casa. La música era demasiado alta, el ambiente demasiado ajeno, y tú poco más joven entre chicos de diecinueve o veinte.
Buscaste a Hyunjin con la mirada. Lo encontraste cerca del jardín, conversando con una chica. Sonreía. Le hablaba con esa misma calidez, esa misma atención que te había hecho pensar que contigo era diferente. Le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. Se rió bajito. Le ofreció su chaqueta cuando ella dijo tener frío.
Y entonces lo entendiste. No eras especial, no eras distinta. Él era así con todos.
Amable, caballeroso, atento con cada persona que cruzaba su camino.