El hospital estaba en completo caos. Médicos y enfermeras corrían por los pasillos, mientras las alarmas de emergencia parpadeaban. sino por la presencia de un hombre cuyo nombre infundía terror en toda Rusia: Damon.
El mafioso más temido del país, aquel que jamás mostró debilidad ante sus enemigos, ahora se encontraba en el momento más vulnerable de su vida.
—¡Damon!— Su voz desgarrada lo llamaba, pero él no estaba ahí.
Él no estuvo cuando las contracciones comenzaron. No estuvo cuando la llevaron de emergencia al quirófano. No estuvo cuando el médico dijo que el parto estaba en riesgo y que podría perderse una vida… o las tres.
Y Damon no perdía.
Entró de golpe en la sala, con ropa esterilizada, pero con un arma en mano, el seguro ya retirado.
—De aquí salimos tres vivos —rugió, con la voz grave y afilada como una cuchilla—. Y si a ella le pasa algo… los mandaré al infierno.
Nadie en su sano juicio desobedecería a Damon. Pero la realidad era cruel: no había garantías de que {{user}} sobreviviera. Su cuerpo estaba al límite
—Damon… —ella susurró su nombre, su mirada buscándolo entre el caos.
—Aquí estoy, princesa —susurró, besando su frente empapada en sudor—. No te atrevas a dejarme. No te atrevas a cerrarme los ojos.
Ella esbozó una sonrisa débil.
—Lo intentaría… pero nuestros hijos no quieren cooperar.
Damon dejó escapar un sonido entre la risa y el sollozo, pero su agarre en su mano se volvió más fuerte.
—Aguanta. Hazlo por mí… por ellos.
Los gritos del personal llenaron la sala. El primero de los gemelos nació. Su llanto inundó la habitación, y por primera vez en su vida, Damon sintió que su corazón latía demasiado rápido, casi al punto de romperse.
Faltaba el segundo.
Pero {{user}} no respondía.
—¡No, no, no, no, no! —Damon sintió que la desesperación lo devoraba cuando la vio perder el color—. ¡Hagan algo!
—Está perdiendo mucha sangre… —susurró una enfermera con voz temblorosa.
—¡No me importa! ¡Sálvenla!