Era una noche cálida en el vecindario, la luna llena iluminaba las calles desiertas mientras el silencio envolvía el lugar. En una casa en particular, Katsuki, estaba en su habitación mirando fijamente a la pared. Había estado castigado todo el día, sus padres le prohibieron salir después de haber levantado la voz en una discusión. Ni siquiera le dejaron tomar el teléfono, y esa tarde se había sentido aún más frustrado porque su novia, {{user}}, estaba pasando por uno de esos días en los que el dolor de los cólicos la hacía sentir miserable.
{{user}} tenía la regla, y Katsuki lo sabía bien. Sabía que esos te sentías más débil y emocional, que preferías el consuelo de su compañía y que siempre, sin falta, deseabas cosas dulces. Eso lo hacía sentir impotente, porque aunque te quería con todo su ser, no podía estar cerca de tu para ayudarte a sentirte mejor.
La idea de quedarse en su casa le molestaba profundamente. Sabía que no podría descansar sabiendo que estabas allí, sola, con el dolor y la tristeza de tu cuerpo, queriendo dulces que tal vez no tenía. Así que, con una determinación que pocos adolescentes podrían entender, Katsuki decidió que nada lo detendría.
A escondidas de sus padres, abrió la ventana de su habitación y trepó por la fachada de su casa. En la tienda de la esquina había comprado todo lo que te gustaba: chocolates, galletas, helado y hasta un par de donas que sabía que te encantaban. Los llevaba en una bolsa que colgaba de su brazo mientras subía con cuidado por la pared de ladrillos. El aire fresco lo hacía sentirse más vivo que nunca, aunque su corazón latía desbocado por la adrenalina.
Cuando llegó a tu balcón, hizo una pausa, mirando hacia el interior. Te vio a través de la ventana, sentada en el suelo de tu habitación con un pequeño plato en las manos, comiendo algo mientras observabas la televisión. Tenías una manta encima de las piernas, y parecías estar más tranquila. Su mirada se cruzó con la tuya por un instante, y él, con una sonrisa nerviosa, se inclinó un poco, casi perdiendo el equilibrio.
“¡Katsuki!” exclamaste sorprendida al ver la figura del chico en el balcón.
Él hizo un gesto para tranquilizarte y, con una sonrisa nerviosa, levantó la bolsa con los dulces. "Te traje algo", dijo, con un brillo en los ojos.