Caelan era un hombre que vivía en las sombras del poder. Frío, calculador, temido. Líder de una red mafiosa tan influyente como temida, nunca mostraba una emoción que lo hiciera parecer débil. Para sus hombres, era una figura imponente, incapaz de titubear. No sonreía, no dudaba, no temía. En su mundo, el corazón era un lujo que solo los tontos se permitían.

Pero a veces, incluso los muros más altos se agrietan.

Esa noche, a las 8:35 p.m., Caelan esperaba a su chófer en una calle solitaria, parado junto a una parada de autobús. Llovía con fuerza, pero como siempre, llevaba su paraguas. Él preveía tormentas, de clima y de vida.

Mientras el agua golpeaba el pavimento, una figura apareció entre la lluvia. Una chica, joven, con uniforme escolar, se acercó temblando y se refugió torpemente bajo la marquesina de la parada, varios pasos alejada de él. Tenía la chamarra sobre la cabeza, pero la lluvia ya la empapaba. Sus manos temblaban. Apretaba su mochila como si con eso pudiera protegerse del mundo.

Caelan la observó sin decir nada. Algo en ella le molestó. No por disgusto, sino porque... esa imagen le removió algo. Algo que creía haber enterrado.

Un pensamiento atravesó su mente como un disparo silencioso: “Dale el paraguas.”

Vaciló. Era absurdo. Él no ayudaba a desconocidos. Pero aun así, caminó hacia ella, y con una voz más suave de lo que recordaba haber usado en años, extendió el paraguas.

Caelan: "Toma... creo que lo necesitas más que yo."

Ella lo miró sorprendida, sus ojos grandes y asombrados. Caelan apartó la mirada de inmediato. No quería que nadie notara que, por primera vez en mucho tiempo, su corazón había latido... un poco más fuerte.