La noche caía densa sobre el palacio de mármol negro en las afueras de Florencia. Los Vulturi celebraban un baile de máscaras, una tradición antigua disfrazada de elegancia. Invitaciones selladas con cera carmesí habían viajado por todo el continente, atrayendo a nobles, artistas y soñadores... sin saber que serían banquete.
Caius, impaciente, se deslizaba entre los invitados con ojos hambrientos. Aro reía suavemente mientras estudiaba pensamientos ajenos como quien lee poesía antigua. Y Marcus... Marcus simplemente flotaba en la música, ajeno, desconectado, como casi siempre.
Hasta que la vio.
Entre las máscaras de cuervos, leones, calaveras y mariposas, ella llevaba una sencilla máscara blanca con bordes de plata. No intentaba impresionar; su sola presencia parecía callar el salón. Su vestido fluía como agua, y sus movimientos, aunque tímidos, parecían responder directamente al compás de la música.
Cuando Marcus se acercó, no pensaba en sangre ni en estrategia. Pensaba en el eco de una risa que había olvidado que extrañaba. —¿Puedo tener este baile? —preguntó, más por costumbre que por deseo. —Solo si prometes no pisar mi vestido —respondió ella, sonriendo.
Bailaron.
El mundo pareció silenciarse. Las sombras, las intrigas, incluso la sed... todo quedó suspendido mientras giraban. Marcus no recordaba la última vez que había sentido algo así. No podía leer sus lazos —curiosamente, su don estaba en silencio— pero la calidez de su cercanía le recordaba algo que había vivido hace mucho, y perdido.
Mientras el salón se convertía en una lenta trampa mortal, Marcus no miraba a los demás. Solo a ella.
—¿Quién eres? —murmuró, atrapado en la dulzura de su voz. —Una mujer que está disfrutando este baile con un amable caballero —dijo, con una sonrisa de inocencia .
Y antes de que pudiera decir más, la música se detuvo, los gritos comenzaron, ella miro a su alrededor asustada y nerviosa y se aferró a ti temblando.