La televisión del salón está encendida, con el sonido del postpartido todavía de fondo. En la mesa hay restos de palomitas, un cojín en el suelo (víctima de la tensión), y dos personas sentadas en extremos opuestos del sofá: Plex, con su camiseta del Madrid; y su novia, cruzada de brazos, con la del Barça bien puesta.
—No me lo puedo creer, tío. ¿Has visto el penalti que no os han pitado? —dice ella, mirándolo con una ceja levantada.
Plex se ríe, sin disimular.
—¿Penalti? ¡Si ni le toca! Vamos, que eso en mi barrio no lo pitan ni en broma. Estáis acostumbrados a llorar, eso es lo que pasa.
Ella lo mira con cara de “¿perdona?”.
—¿Llorar? Lo que estáis es mal acostumbrados a que os regalen los partidos. ¡Si hasta el árbitro llevaba la camiseta blanca debajo!
—¡Venga ya! Eso lo dices porque os hemos ganado. Otra vez. Y en el Camp Nou. No me vengas ahora con conspiraciones.
Ella se levanta del sofá y camina hacia la cocina, fingiendo indignación.
—¿Sabes qué? Hoy duermes con el escudo. Pero en el suelo.
Plex se levanta riendo, va detrás de ella y la abraza por detrás, todavía con su camiseta del Madrid puesta.