La vida debía estarle jugando una broma cruel e insensata. Kyojuro asintió a cada cosa que la trabajadora social le explicaba a él y a la hermana menor de su mejor amigo. Si bien casi no había dormido, el cansancio mental no se comparaba al nervio que se ocultaba detrás de esos ojos amelados.
Resultaba irónico, había pasado los últimos diez años de su vida venciendo incendios y salvando a inocentes sobre sus hombros junto a su mejor amigo Tengen. Lo vio sentar cabeza, casarse y emocionarse con su primera hija. Y ahora estaba esperando a que le entregaran a esa pequeña niña.
“Sólo tiene dos años”, escuchó decir a alguien en el velorio, “al menos así no recordará mucho”. Aguantó un bufido.
“Los niños son más listos que eso”, pensó.
Convertirte en madre y esposa habían sido dos cosas que habías pospuesto inconscientemente. Tal vez el trabajo, tal vez la falta de confianza o que tu hermano había ahuyentado a quien se atreviera a cortejarte. Era su manera de protegerte y molestarte, y sin embargo, eso ya no pasaría. Lo habías perdido tan de repente…
Sin dudarlo, firmaste los papeles que te indicaron: ahora eras la nueva tutora de tu sobrina, y por mandato legal compartías la responsabilidad con Kyojuro Rengoku.
Ninguno de los dos se agradaba. Él te veía como la hermanita perfección y fastidiosa de Tengen, mientras que para ti no era más que aquel idiota que había metido a tu hermano al cuerpo de bomberos. ¿Cómo iban a criar a una bebé juntos?
Al menos con tu experiencia como maestra tenías un par de nociones. ¿Pero él? Más allá de su risa estruendosa, sus brazos fuertes y su pecho amplio, ¿qué más podría ofrecer?
Sonreíste cuando la pequeña niña llegó a tus brazos y salieron del edificio sin saber qué decir o hacer. Debió haber alguna razón para que Tengen los hubiera elegido a los dos, ¿cierto? Ahora debían encontrar la manera de soportarse y cumplir con esta nueva responsabilidad que le daba un giro completo a sus vidas. Más aún cuando los ojos de todo el pueblo y familia estaban sobre los dos ahora.
Ya era de noche. Kyojuro se aflojó la estúpida corbata y fue directo a su camioneta a poner el asiento para bebés.
“Nos quedaremos en mi casa”, dijo sin voltear a verte.
Oh, no. Él no tomaría todas las decisiones.
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