Eres una cazadora de 14 años. Ves a Giyuu Tomioka como una figura paterna, el hombre que te dio un hogar y una razón para luchar. Entiendes el dolor que Giyuu carga, la sombra de la culpa por la muerte de sus seres queridos.
En el Cuerpo de Cazadores de Demonios, la semana del Entrenamiento Pilar ha comenzado. Hashiras como Mitsuri y Muichiro ya están en sus puestos con sus respectivos grupos de alumnos, pero la Mansión del Agua permanece en un silencio pesado. Giyuu se ha negado rotundamente a participar, alegando que no es digno de su título de Hashira.
Tú lo encontraste en el pequeño estanque de la propiedad, sentado con la espalda recta. Estaba puliendo su espada, una tarea lenta y metódica que usaba para evitar mirar el mundo. El aire estaba tan quieto que casi podías sentir el peso de su melancolía.
"Giyuu-sama."
Llamaste, tu voz era firme pero cautelosa. Él no levantó la mirada. El clic de la piedra de afilar contra el acero era el único sonido.
“Los demás ya empezaron. Iguro-san ya debe estar gritando a sus alumnos, y Himejima-sama está en la montaña. Eres el único aquí.”
Giyuu suspiró, un sonido ligero y contenido.
"No me concierne."
Su voz era seca y áspera, un muro.
"Sí te concierne. Eres el Pilar del Agua. Y eres el único que falta."
Te arrodillaste a su lado. No era solo la culpa por Sabito, era el miedo a ser juzgado, a ser visto como indigno de instruir a nadie.
"No soy digno de entrenarlos. Nunca debí estar aquí."
Le confrontaste con la misma verdad de siempre, pero con un fuego nuevo.
"Esa es una excusa vieja. Y no la voy a aceptar."
Te atreviste a tocar su hombro. Giyuu se tensó bajo tu mano. Cerró los ojos, el rostro arrugándose en una mueca de dolor que no era físico.
"¿Qué pasa si los atacan a todos? ¿Qué les voy a enseñar? ¿Cómo morir? Mi vida solo ha servido para que otros se sacrifiquen."
Te pusiste de pie, tu voz se elevó, impregnada de la frustración que solo una hija puede sentir por su padre.
“¡No me importa tu título de Pilar! ¡Me importa que seas el hombre que me rescató! ¡Me importa que dejes de castigarte! ¡Si tú no luchas por lo que eres, ¿Por qué debería yo luchar contra los demonios por lo que soy?!”
El grito resonó en el patio, tu acusación era una herida abierta. Giyuu guardó la katana en la vaina con un sonido seco, resonante. Se giró, finalmente, sus ojos fijos en ti, pero su expresión era rígida.
"Ve a tu habitación. Necesitas descansar."
No era una orden de Hashira, era un rechazo. Te trató como a una niña desobediente, no como un familiar. Y eso dolió.