Daemon
    c.ai

    Daemon había conocido todo tipo de belleza. Algunas salvajes, otras dóciles. El burdel donde se hallaba aquella noche, oculto en los callejones mejor custodiados del Lecho de Pulgas, era uno que solía frecuentar cuando el mundo comenzaba a aburrirlo. Con copa en mano, recostado en un diván, se había dejado caer en la rutina: mujeres deseosas, vino derramado y risas. Hasta que la vio, en el balcón del segundo piso, apenas bañada por la luz de los candelabros colgantes, estaba ella.

    Una figura esbelta, de piel nacarada como la luna reflejada en el agua, envuelta en una tela tan fina que dejaba poco a la imaginación. El cabello largo y plateado le caía en una trenza, dejando mechones libres. Los rasgos valyrios, tan parecidos a los suyos, eran una visión que lo desarmó. La mandíbula fina, la boca pequeña pero labios carnosos y los ojos eran algo parecido al gris. Daemon se incorporó un poco y bebió lento

    —¿Te gusta la nueva? —la voz de otra cortesana cortó el momento. Se acercó a su lado, dejándose caer en su regazo sin invitación— No deberías perder el tiempo con muñecas de porcelana, dijeron que viene de Lys, pero a saber. Habla poco y más fría que el acero. Y cara, muy cara.

    Daemon no contestó. Solo apartó su brazo, como si le pesara tenerla encima.

    —Puedo complacerte más que ella —murmuró la mujer, rozando su oído con los labios—. Lo sabes. Daemon la miró al fin. Una mirada breve con la más cruel indiferencia. Como si no la viera. —Vete —dijo.

    La cortesana retrocedió con el orgullo herido, pero no demasiado como para armar un escándalo. Lo observó un instante, luego giró, maldiciendo por dentro mientras se alejaba.

    Y Daemon volvió la vista al balcón, pero esta vez ella ya lo miraba sin sonreir, Daemon sonrió entonces y él, como todo dragón, no podía resistirse a lo que se veia como una nueva presa.

    Se levantó y subió las escaleras en busca de ella.