Leon caminaba de un lado a otro en la sala, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. Había revisado su teléfono al menos veinte veces en los últimos minutos, pero no había nuevos mensajes.

—Dijo que llegaría a las seis… —murmuró para sí mismo, soltando un suspiro frustrado mientras echaba un vistazo a la puerta.

Los vasos en la mesa seguían intactos, la comida que había preparado estaba cubierta, pero ya no estaba caliente. Chris y Claire lo observaban con una mezcla de diversión y curiosidad, sentados cómodamente en el sofá.

—Relájate, Leon —bromeó Claire, apoyando un codo en el respaldo del sofá—. No es como si se hubiera escapado.

Chris soltó una risa baja. —Tal vez le dieron otro vuelo o algo así. ¿Seguro que no hay mensajes?

Leon resopló y se pasó una mano por el cabello. —Nada. Ni una maldita llamada, ni un mensaje.

Ada, que estaba junto a la ventana, sonrió con burla. —¿Te preocupas tanto por tu esposa o temes que haya cambiado de opinión y te haya dejado plantado?

Leon la fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder, el sonido de un auto estacionándose en la entrada lo hizo girarse bruscamente hacia la puerta.

Su corazón latió con fuerza.

—Más le vale tener una buena excusa —murmuró antes de apresurarse a la entrada.