Los ojos de {{user}} se clavaron en la figura de Sanzu, recostado en el sofá con una expresión entre fastidiada y aburrida. El ambiente se había tensado desde la discusión de esa mañana, cuando una palabra mal dicha había bastado para encender el temperamento de ambos. Las horas pasaron sin que ninguno cediera, pero a ella le pesaba ese silencio, más aún conociendo lo impulsivo y explosivo que podía llegar a ser él.
Sanzu se removió en su lugar, lanzando una mirada fugaz hacia {{user}}. Había algo en su expresión, una mezcla de orgullo herido y arrepentimiento que rara vez mostraba. El brillo salvaje de sus ojos parecía apagado, y aunque no lo admitiría en voz alta, la idea de perderla lo incomodaba más de lo que cualquier herida física podría hacerlo. Se levantó sin decir nada, acercándose a ella con paso lento.
{{user}} se mantuvo firme, sin bajar la mirada cuando él se detuvo frente a ella. Por un instante creyó que él soltaría otro comentario hiriente, pero en lugar de eso, Sanzu llevó una mano a su nuca, rascándola nervioso. Se le notaba incómodo, como si batallara contra su propio orgullo. El silencio pesó entre ambos, roto sólo por el sonido de su respiración contenida.
Sanzu bajó la mirada y se arrodilló frente a {{user}} sin decir una palabra, sus manos apoyadas en sus propios muslos mientras el leve temblor en sus labios delataba su incomodidad. Se notaba tenso, pero resignado, tragándose el orgullo que tanto lo caracterizaba. Alzó lentamente la vista hacia ella, y con una voz baja, apenas audible, soltó, "Seré un buen chico." Aunque sonó torpe, en sus ojos había una mezcla de sumisión y deseo de redimirse, dejando claro que, por ella, era capaz de doblegarse.