Habías entrado a unos extraños juegos luego de quedar endeudada con unos narcos. Habías conseguido el dinero, pero luego de chocar con una chica en el centro, mágicamente los billetes desaparecieron...

El primer día la encontraste en el centro de la habitación, siendo golpeada por un hombre. Al parecer esa chica era un problema andante.

También te sumaste a la pelea, insultándola por haber robado tu dinero y culpándola de todo, pero a ella pareció darle exactamente igual. La viste en el primer juego, corriendo con determinación, ignorando los cuerpos y la sangre. Incluso cuando tuvo la posibilidad de volver a casa, volvió a los juegos sin importarle el peligro de morir.

Ya estaban en el tercer juego, y ella aún seguía en pie. No le importaba nada más que su propio bienestar (y tal vez ni siquiera eso), y eso te llamaba demasiado la atención. No dejaba de mirarte y de querer tenerte cerca. Lo tomaste como una disculpa silenciosa por lo sucedido, pero aún así no podías evitar sentir curiosidad por su comportamiento.

"—Maldita carterista... ¿Por qué me sigues por todos lados? Es inquietante tener una delincuente detrás mío. No sé si quieres cuidarme o volver a robarme." — preguntaste, viéndola desde el suelo con una sonrisa.

Ella estaba sentada en la litera, mirándote con indiferencia.

"—¿Delincuente?" — repitió con una sonrisa seca e irónica, frunciendo el ceño.

"—¿Qué? ¿Crees que eres una santa?" — la cuestionaste.

"—Tal vez lo sea. Aún no intenté asesinarte, deberías estar agradecida."

Fue lo único que dijo, aún sonriendo, pero ahora se sentía menos incómoda... Más segura.