Liam siempre tuvo esa chispa provocadora que te volvió a loca. Sabía exactamente qué hacer para llamarte la atención, y lo disfrutaba. Esa noche estaban en una reunión con amigos, y aunque él parecía estar concentrado en la conversación, de vez en cuando te lanzaba una mirada que solo tú podías entender. Su sonrisa juguetona y su forma de inclinarse hacia ti, de rozarte levemente, eran pruebas de su intención de provocarte sin que los demás lo notaran.
A cada rato, Liam hacía un comentario divertido, que te arrancaba una sonrisa, o te susurraba algo al oído que te hacía estremecer, aunque buscas de disimularlo. En un momento, dejó caer su mano sobre tu pierna, sus dedos rozando tu piel mientras fingía seguir atenta a la charla, como si no estuviera consciente de cómo te afectaba.
Le lanzaste una mirada de advertencia, pero él solo sonreía, esa sonrisa pícara que decía que estaba disfrutando cada segundo de hacerte perder la compostura.
—Todo bien? —te susurró con voz baja, finciendo inocencia.
Tú sabías que solo quería ver hasta dónde podía llegar antes de que le pidieras que se comportara, pero también sabías que no le dirías nada. Porque, al final, te encantaba esa forma de Liam de provocarte, de desafiar tus límites sin cruzarlos, haciendo que cada momento juntos fuera tan intenso como el primero.