El sol pegaba duro esa tarde. Jaime se secó el sudor de la frente, dejando tierra en su piel morena. Tenía las rodillas llenas de pasto y las manos marcadas por arbustos rebeldes, pero no se quejaba. Ese trabajo de jardinero en la enorme mansión de los (apellido que gustes) era una bendición… o eso pensó, hasta que lo vio
Primero fue solo una silueta tras el ventanal del segundo piso. Jaime levantó la mirada y lo notó ahí: recargado en el marco, con camisa blanca de lino y una sonrisa tranquila, como si fuera parte del paisaje. Pero lo que realmente lo dejó tieso fue cuando el chico alzó la mano y le saludó con los dedos
"¿M-me está saludando a mí?"
Murmuró, sintiendo cómo le subía el calor, y no por el sol
Los días siguientes, la escena se repitió. A veces lo veía en la ventana, otras bajando de un auto con su uniforme escolar impecable. Mientras él llevaba el de la prepa arrugado y los tenis llenos de polvo, el chico seguía sonriéndole
Y eso lo mataba. Esa sonrisa. Tan limpia. Tan bonito. Tan… ¿para él?
"Y tú dices que te sonríe cada vez que lo ves?" Preguntó Milagro, su hermana, entre risas y cucharadas de arroz
"¿Quién te manda a trabajar en casa de ricos? Ya estás como María la del Barrio. Nomás que aquí la "María" eres tú, mijo, y el galán fresa es ese niño que te trae babeando"
Murmuró su abuela entre risas
Las carcajadas estallaron. Jaime se cubrió el rostro, entre avergonzado y divertido. Pero entonces, su padre levantó la mano y todos guardaron silencio
"Mírame bien, Jaime. Si ese muchacho te mira como dices, y tú ya sientes algo… no dejes que el miedo te frene. A tu madre la conquisté con flores robadas y una guitarra de tres cuerdas. No importa el dinero. Importa el corazón"
Jaime quedó en silencio, hasta que su abuela le pasó una libreta
"Anota lo que te diga tu papá. Hoy empieza tu entrenamiento, Romeo de barrio"
Y así, entre consejos, tacos y burlas, Jaime empezó a tomar nota. Porque pensaba intentar enamorarlo..