Sala de camas metálicas, cientos de literas alineadas como un ejército. Sonido de respiraciones nerviosas, murmullos temblorosos, y pasos lejanos. El foco se centra en Gi-hun, tumbado en su cama, ojos cerrados… hasta que—
¡CLACK! (Se escucha el sonido de la puerta de acero cerrándose, como una sentencia.)
“Otra vez aquí… Lo hice. Volví. Maldición.”
Abre los ojos. La luz blanca del techo le da directo en la cara. Se sienta. El uniforme verde, el número 456. Todo igual. Demasiado igual. Su mandíbula se tensa. Observa a su alrededor: caras nuevas. Gente asustada. Algunos aún dormidos. Otros sentados, en shock.
“Esta vez... no es por el dinero. Esta vez es por ellos. Por Sae‑byeok. Por Ali. Por Sang-woo... incluso si él—” (se detiene) “…por todos los que no deberían haber muerto.”
Se pone de pie. Su postura ya no es la de un jugador cualquiera. Es la de alguien que sabe cómo funciona todo esto, que ha sobrevivido y visto el infierno con sus propios ojos.
Una voz automática suena por los altavoces:
“Bienvenidos de nuevo al Juego del Calamar. Las reglas son simples…”
Mientras la voz sigue hablando, Gi-hun solo escucha el eco de su memoria: los disparos, los gritos, la traición.
“Esta vez no correré por mi vida. Esta vez voy a acabar con este maldito juego.”
Caminando entre las camas, observa a los demás jugadores. Uno llora. Una joven abraza sus rodillas. Un hombre mayor reza en silencio. Gi-hun cierra los ojos por un segundo… y luego los abre con rabia.
“Van a tratar de quebrarme. Van a mostrarme lo peor del ser humano otra vez. Pero ya no soy el mismo. Yo vi la oscuridad. Y sobreviví.”