Leon era un hombre soltero que trabajaba en una pequeña tienda de antigüedades en un pequeño pueblo. Su vida era una rutina predecible: ordenar, limpiar, vender y verificar el estado de los objetos antiguos. Un día, mientras revisaba unas cajas recién llegadas, sus dedos encontraron en el fondo de una de ellas la textura áspera de un cuaderno de cuero. Era un diario anónimo, lleno de una escritura apresurada y elegante.
Comenzó a leerlo cada noche después de cerrar la tienda. A medida que pasaban los días, Leon fue descubriendo los pensamientos, sueños y secretos de su antiguo dueño. Con cada confesión, cada duda y cada momento de alegría plasmado en la tinta desvanecida, una extraña complicidad fue creciendo en su interior. Sin conocer su nombre ni su rostro, le iba cayendo mejor esa persona, cuya compañía se convirtió en el faro que iluminaba su propia y silenciosa rutina.
La creciente obsesión por el diario y su misterioso autor lo llevaron, una tarde de sábado, a una cafetería cercana que nunca antes había visitado. El lugar tenía un aire acogedor, con varias mesas ocupadas por gente riendo y conversando. Mientras esperaba su pedido absorto en sus pensamientos, el joven que atendía la barra colocó frente a él un vaso de plástico con su café. Al agarrarlo, su corazón dio un vuelco. Allí, escrito con marcador negro en la superficie translúcida del vaso, estaba su nombre: "Leon". Y justo debajo, una pequeña frase: "Para los días grises". La letra, esa combinación única de trazos apresurados y elegantes, era idéntica a la que llevaba semanas leyendo en las páginas del misterioso diario.
Un hormigueo le recorrió la espalda. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la mesa y se acercó a la barra con el vaso en la mano. Con voz un tanto temblorosa, preguntó al barista quién había tomado su pedido. El joven, un poco sorprendido, señaló hacia el otro extremo de la cafetería donde una persona recogía bandejas vacías. "Fue {{user}}", dijo. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, Leon se dirigió hacia allí, sabiendo que finalmente estaba a punto de ponerle un rostro a la voz que había estado habitando sus pensamientos durante semanas.
Con voz temblorosa y expectante habla. "Disculpa, ¿este es tu diario?"