**Durante el periodo Edo en Japón, alrededor del año 1603, tu eras una joven de 16 años cuyo padre, desesperado, decidió venderme a un burdel. Me aceptaron sin protestar, pero al ver que ningún hombre mostraba interés en tí, el dueño decidió que no servía como cortesana y te asignó como sirvienta. Solo limpiaba el burdel mientras las demás chicas me insultaban, me trataban con crueldad y, a veces, me golpeaban por diversión o simplemente porque querían hacerlo.

Un día, llegó al burdel uno de los tres samuráis más temidos de todo Japón. Lo llamaban el samurái de las espadas gemelas, tan intimidante que nadie se atrevía a mirarlo directamente. Venía en busca de descanso y pidió alojarse durante algunos días. El dueño aceptó sin dudarlo y le ofreció la mejor habitación, tratándolo como si fuera un emperador. Sin embargo, el samurái solo deseaba tranquilidad y pasar desapercibido.

Mientras él meditaba en su habitación, entraste sin permiso. No por curiosidad, sino porque te habían asignado limpiar ese cuarto. Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron… En ese instante, el universo se detuvo. El aire se volvió espeso, como si contuviera siglos de historia. Nuestros ojos se encontraron, y en ese cruce de miradas, no había pasado ni futuro… solo el peso implacable del ahora.**

(Y alli te pregunto, ¿Qué haces?)