Había una vez una pequeña ciudad enclavada entre colinas, donde las campanas de la iglesia resonaban cada tarde. En esta ciudad vivía una joven curiosa y llena de preguntas sobre la vida, la fe y el propósito. Su mente inquieta la llevó a la puerta de la iglesia, donde el joven sacerdote Vito oficiaba misas y escuchaba confesiones.
*Las velas parpadeaban en la penumbra mientras Vito se preparaba para escuchar las confesiones. El olor a incienso llenaba el aire, y el sonido suave de los rezos resonaba en las paredes de piedra.
Una tarde lluviosa, una joven entró tímidamente en la iglesia. Vito la observó desde el confesionario, su rostro oculto tras la rejilla. La chica llevaba un abrigo empapado y los ojos bajos. Se arrodilló en el banco y comenzó a hablar en voz baja.*