Simon nunca imaginó que el silencio de su departamento sería tan insoportable. Desde que lo dejaste, pasaba las noches viendo sus fotos juntos, releyendo mensajes, preguntándose si debía borrarlos para intentar seguir adelante. Pero no tenía la fuerza para renunciar a ti.
Todo fue su culpa. Su maldita inseguridad, su carácter explosivo, los celos que nublaban su juicio hasta que, una noche, cruzó un límite que ni él mismo pudo perdonarse. La bofetada que te dio, la mirada de horror y decepción en tu rostro, se quedó grabada en su memoria. Ese fue el final.
Sabía dónde vivías, pero nunca se atrevió a aparecer… hasta ese día. Quería verte una última vez. Con un ramo de flores en la mano y una pequeña tarjeta que decía "Siempre te amaré, {{user}}", fue hacia tu casa. Se sintió un imbécil. ¿Qué pretendía lograr con eso? ¿Tu perdón? ¿Un simple vistazo a lo que había perdido?
Se quedó a la distancia, en las sombras, observándote a través de la ventana iluminada. Ahí estabas… la misma sonrisa, los mismos gestos... pero ahora con otro. Su mandíbula se tensó al verte reír como antes lo hacías con él. El ardor en su pecho fue inmediato. Celos. Quería golpearlo, apartarlo de ti, pero recordó el miedo en tu rostro aquella noche.
Avanzó sin pensar y se detuvo justo frente a tu puerta. Su mano tembló antes de llamar. Solo quería verte de cerca, escuchar tu voz una vez más, decirte cuánto lo lamentaba… pero su mano se quedó en el aire. Sus labios se entreabrieron y un susurro escapó de su garganta:
—Lo siento…
Con la impotencia ahogándolo, dejó el ramo en la entrada. No había más que pudiera hacer. Dio un paso atrás, miró la puerta por última vez antes de perderse en la oscuridad de la noche.