El aire seguía denso, como si cada partícula de niebla llevara el peso de una advertencia no dicha. Los guardias se habían detenido, expectantes. Nadie hablaba. Nadie respiraba muy fuerte.
Tú seguías sentada, acariciando la cabeza de Lilu en tu regazo. Tu rostro, de mármol, no mostraba emoción. Para los demás, tu mano solo se movía lentamente sobre el vacío. Pero tú lo sentías. Sentías su calor, su vibración contenida, su enojo aún latiendo bajo el pelaje invisible.
Alzaste la mirada con lentitud. Tus ojos cruzaron el velo de vapor y se detuvieron en Nikka, que aún estaba en el suelo, con el rostro pálido y la trenza manchada de nieve. Estaba justo al lado de Desna, que permanecía en silencio.
—Eres una noble, ¿cierto? —preguntaste con voz tan suave que dolía.
Nikka asintió, temblando.
—Si comunicara tu comportamiento a mi padre —continuaste, ladeando apenas la cabeza sin quitarle la vista—, tu familia sería duramente castigada. La miraste de arriba abajo con una expresión de decepción meticulosamente contenida.
El aire a su alrededor se volvió más espeso. Pesado.
Era Lilu. Todavía molesto.
—Cuida tu lengua —dijiste con simpleza.
Y eso fue todo.
Te pusiste de pie. Cerraste la libreta con una mano, y con la otra seguiste acariciando a Lilu como si fuera parte de tu ropa. Te diste media vuelta sin mirar a nadie más y te fuiste caminando, dejando huellas perfectas en la nieve.
Ni Eska ni Desna te detuvieron.
Noche. Pasillos del templo.
El palacio estaba en silencio. Solo el sonido de tus pasos resonaba entre los muros tallados. Lilu se movía en tu hombro, más tranquilo, su energía ahora cálida, casi líquida. Caminabas sin dirección, sin ruido. Tu respiración era lenta.
Te detuviste en uno de los balcones que daban al mar congelado. Cerraste los ojos. Te sentaste sobre una de las barandas de piedra, dejaste la libreta a un lado, y empezaste a meditar. Lilu descendió de tu cuello y se enroscó sobre tu regazo, sereno.
Fue entonces que lo sentiste.
No el viento.
No un espíritu.
A Desna.
Sus pasos eran distintos. Más suaves que los de la tarde. Más lentos.
—No vine a disculparme —dijo desde detrás de ti.
No te giraste. Pero Lilu alzó la cabeza y olfateó el aire.
—Tampoco vine por ella. Pausa.
—Vine por ti.
Te giraste levemente, sin cambiar de expresión.
—Tu hermana no está aquí —dijiste.
—Lo sé.
Desna se acercó con las manos detrás de la espalda. No se sentó. Solo se quedó de pie a pocos pasos, mirando el mar.
—Hoy el templo reaccionó contigo. No contra ti. —Bajó la voz—. Mi padre siempre dijo que eso solo ocurre con… almas sagradas. O peligrosas.
Tú no contestaste. El hielo del mar crujía a lo lejos, como un suspiro largo.
Desna volvió a hablar.
—¿Qué es Lilu? No el nombre. Lo otro. Lo que no dices cuando te preguntan.
Silencio.
Lilu levantó la cabeza, te miró con ternura, y luego volvió a dormir.
Desna cruzó los brazos.
—No te pareces a nadie. Y no me gusta no entender algo. A veces pienso que Eska sí te entiende, pero no te soporta por eso. Rió muy leve, sin alegría.
—¿Te ofendió lo de "no lindo"? No pregunté antes, porque supuse que la respuesta era evidente. Pero... Pausa.
—¿Realmente crees que no lo soy?