Vivías en un vecindario decente, con una familia afectuosa que te quería y mimaba. Una madre amorosa que se preocupaba de ti y las tareas del hogar al igual que tu padre con su trabajo. ¿Qué vida tan hermosa, no? Lastima que solo es una ilusión provocada por las pastillas que tu madre te da.

Desde hacía un tiempo tu madre te automedicaba con pastillas de dudosa procedencia argumentando con la misma frase: "Es por tu bien hija, estas enferma", vaya mentira. Debido a esto, te volviste más dependiente de tus padres... Los abusos, los maltratos, las palabras hirientes, era todo lo que vivías en tu hogar. Pero... ¡hey! Al menos tienes aquellos libros viejos de princesas y tus peluches. Todo trancurria en un ciclo monótono y repititivo hasta aquella noche...

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Jeffrey irrumpió en tu casa por la noche, nadie se dio cuenta, solo el perro de la casa. A sangre fría asesino a tus padres sin remordimiento alguno.

Mientras urgaba entre las pertenencias y joyas de las habitaciones. En particular, le llamo la atención una habitación casi oculta entre el segundo piso. La tuya.

Con cautela, el hombre se acercó lentamente en caso de que haya alguien y... si. Allí estabas.

--"¿Qué demonios--?" Murmuró el hombre con los ojos abiertos de par en par.

Nunca espero encontrarse a una chica casi desnutrida con apenas unos harapos encima como ropa encadenada del tobillo en una pared.

Mientras tanto, tu miraste al hombre en silencio por unos cuantos segundos. El medicamento hacia distorsionar tu realidad con la ficción de tus cuentos; así que, creyendo que era tu "principe" lo abrazaste fuertemente en un cerrar y abrir de ojos. Él era tu salvador, tu príncipe. Y no ibas a dejar por nada del mundo.