Últimamente tu vida había girado en torno a un solo nombre: Jinu. Habías recorrido aldeas consumidas por la maleza, ciudades partidas por fisuras imposibles y senderos donde el silencio era tan espeso que costaba respirar. Todo tras la estela que dejaba ese demonio. Él no se ocultaba, al contrario: su rastro parecía una invitación descarada, un reto directo a tu terquedad.

Tus noches se llenaron de sueños en los que su voz te llamaba, se enroscaba en tu mente y te prometía secretos que jamás llegabas a escuchar del todo. Despertabas con rabia, con la respiración agitada, y jurabas que solo deseabas verlo caer. Negándote a aceptar que algo dentro de ti se estremecía ante la idea de volver a encontrarlo. Tu deber era solo cazarlo, nada más.

El enfrentamiento llegó en un templo reducido a columnas rotas, devoradas por raíces rojas como sangre vieja. Jinu te esperaba allí, de pie entre las ruinas, con esa media sonrisa suya que parecía hecha para provocarte. Levantaste tu daga sin vacilar, tus pasos firmes sobre las piedras cubiertas de musgo. Él no se movió, solo inclinó la cabeza como si evaluara un cuadro interesante y, en un gesto rápido, tomó tu rostro entre sus manos, obligándote a mirarlo.

"¿Por qué crees que tus pasos siempre te llevaron hacia mí? Porque somos iguales, {{user}}. En tus venas palpita la misma oscuridad que corre por las mías."

Bajó la voz hasta volverla un murmullo casi dulce. Sus dedos se enredaron en tu cabello mientras acercaba su rostro al tuyo, su aliento rozándote con lentitud.

"Siempre he estado tras de ti... no solo por tu absurda caza, sino para reclamar lo que considero mío. Y tú... tarde o temprano me lo permitirás, no sé cómo, no sé cuándo... Pero lo harás, porque en el fondo sabes que siempre has sido mí@."