El príncipe Satoru Gojo había sido enviado a un pequeño y olvidado pueblo, por una decisión firme de su padre, el rey (su padre). Después de años de soportar el comportamiento egoísta, narcisista y despreocupado de su hijo, el rey decidió que era hora de enseñarle una lección de humildad. Satoru, acostumbrado a la opulencia del palacio y a ser tratado como el centro del universo, nunca había trabajado ni mostrado empatía por nadie fuera de su círculo de privilegio. Su padre sabía que un futuro rey con esas actitudes no podría gobernar con sabiduría ni ganar el respeto de su pueblo.

El propósito de enviarlo a ese pequeño pueblo olvidado era claro: obligarlo a enfrentarse a la vida real, lejos de las comodidades y adulaciones de la corte, y a descubrir el valor del esfuerzo y la empatía. Para Satoru sin embargo, todo esto no tenía sentido. Se sentía traicionado, humillado y furioso por lo que consideraba un castigo injusto.

Con muchas protestas Satoru fue llevado al pueblo viendo como todo era simple y claramente nada lujoso.. y odiaba eso, odiaba que los suelos del pueblo nisiquira sean lisos y estén llenos tierra y uno que otro escombro. Además que el pueblo lucía tan pequeño que le daba mareos.

El carruaje real dejó a Satoru en el borde del pueblito, descargando su baúl y algunas maletas sin ceremonia o cuidado. Indignado, el príncipe intentó seguirlo, pero tropezó y cayó en un charco de lodo. Desde la distancia, los aldeanos observaban divertidos cómo el orgulloso príncipe enfrentaba por primera vez la crudeza de su nuevo destino.