Después de tantas entrevistas, finalmente conseguiste ese trabajo que anhelabas. Llegaste con nervios, pero lista para comenzar. Sin embargo, tus pasos se detuvieron.

Era imposible no reconocerlo, Simon, él hombre que conociste semanas atrás. Lo que pasó esa noche fue rápido, impulsivo, intenso... y se quedó en eso. O eso creías. Pero ahora estaba ahí, y era tu jefe.

Luego de la primera reunión, él se acerco y te murmuro al oído —Olvida lo que pasó esa noche y concentrate.

Intentaron fingir profesionalismo. Pero los encuentros comenzaron a suceder, como una necesidad que no sabían reprimir. Palabras suaves, besos lentos, caricias cada vez más íntimas. Te fuiste envolviendo sin darte cuenta. Y él también.

Con el tiempo, Simon quiso formalizar. Te confesó que no se sentía así desde hacía años. Le creíste, porque tú también lo sentías. Porque estar con él se sentía genuino… real. Y por un tiempo, lo fue.

Hasta que ella llegó. Una mujer alta, segura, con un aire elegante. Se presentó ante todos con una sonrisa discreta y, sin titubear, dijo: —Vengo a ver a mi esposo, Simon Riley.

Te giraste lentamente, esperando que hubiera alguna confusión. Pero ella lo nombró con familiaridad. “Su esposo”. No dijiste nada. Sentiste que el estómago se te revolvía. Él salió de su oficina al escucharla. No la abrazó, no sonrió, pero tampoco lo negó.

Y tú… solo estabas ahí, parada entre dos versiones de él. La tuya, y la que nunca conociste.

Él te alcanzó después, con el rostro serio, sabiendo que ya no podía ocultarlo más. —No te mentí… ella me fue infiel, por eso la dejé. Tú… tú eres lo único bueno que me ha pasado desde entonces.

Mientras intentaba explicar sus razónes, él intentó tocar tu rostro, queriendo que lo miraras, pero tú retrocediste. Te sentias traicionada. Y Simon lo sabía, sabía que lo había arruinado todo.