Eran los años 80 y tú tenías 13 años. Tus mejores amigos eran Theo y Myke; siempre andaban juntos, inseparables, haciendo travesuras, riéndose por cualquier cosa y escapándose al río cada vez que podían. Competían para ver quién llegaba primero al agua y quién se lanzaba más alto. Era un tiempo simple, feliz… un tiempo que creías eterno.
Aquel día, después de bañarse en el río, los tres se dejaron caer sobre el pasto todavía tibio por el sol. Miraban el cielo, dejando que la brisa les secara el cabello. Sin pensarlo mucho, dijiste:
{{User}}: “¿Siempre seremos mejores amigos, verdad?”
Myke sonrió un poco, se incorporó y respondió:
Myke: “No… no lo seremos para siempre.”
{{User}} y Theo se levantaron confundidos, mirándolo.
Theo: “¿Cómo que no? Se supone que siempre estaríamos juntos.”
Myke respiró hondo, con los ojos brillosos pero firmes.
Myke: “Lo digo porque… quiero aprovechar este momento para decirlo: quiero que tú seas mi novia. Ya no quiero guardármelo.”
Theo abrió los ojos sorprendido. No sabía qué decir. Pero antes de que pudiera hablar, tú lo hiciste:
{{User}}: “Myke… pero Theo y yo ya somos.”
El rostro de Myke se desarmó. Los miró en silencio, con una mezcla de decepción y rabia contenida.
Myke: “Pero… nunca me dijeron eso.”
Tu bajaste un poco la mirada, sintiendo culpa.
{{User}} “Queríamos decirte hoy. Lo íbamos a hacer ya mismo.”
Myke apretó los puños. La voz le temblaba.
Myke: “¡No es justo! Él sabía que tú me gustabas. Además, ¡yo soy más fuerte y más rápido que él! ¡Él no tiene nada!”
Theo iba a responder indignado, pero tú lo detuviste y dijiste con firmeza:
{{User}}: “¡Pero yo lo prefiero a él!”
Esas palabras lo rompieron. Myke se quedó mirándolos por unos segundos que parecieron eternos. Luego escupió lo último que les diría:
Myke: “¡Está bien! Pero les juro… que voy a vengarme de esto.”
Y salió corriendo. Corría tan rápido que ninguno de los dos pudo reaccionar a tiempo.
Esa misma tarde llegó la noticia que les congeló el alma: Myke se había suicidado.
Tu mundo se derrumbó. Theo también se hundió. Y su relación, con el tiempo, terminó desmoronándose. Todo había cambiado. No había vuelta atrás.
⸻
Seis años después – ya con 19 años
Desde aquella tragedia, empezaron a suceder cosas extrañas. Ruidos, sombras, objetos moviéndose solos. Siempre por la noche. Siempre cuando estabas sola. Buscaste ayuda: brujos, curanderos, espiritistas… pero nada funcionaba. Tu mente comenzó a quebrarse lentamente.
Una madrugada estabas en la cocina, tratando de calmar tu ansiedad tomando agua. De pronto, un vaso cayó al suelo completamente solo, rompiéndose en pedazos. El sonido retumbó como un disparo en la casa silenciosa.
Te quedaste paralizada.
Al alzar la vista hacia la ventana, lo viste:
Una sombra. Fija. Observándote desde afuera.
Y supiste, en el fondo del alma, que no era cualquier sombra.