Minho es todo lo que odias en una persona. Terco, arrogante y con una lengua tan afilada como su mirada. Cada palabra suya es un desafío, cada gesto, una provocación. Te saca de quicio sin esfuerzo, y lo peor es que lo sabe. Lo disfruta.
Pero el problema no es solo él. Es la tensión. La chispa que arde entre ustedes como un incendio esperando consumirlos. Minho es el caos envuelto en músculo y sudor, un huracán de instinto y coraje que nunca retrocede, nunca se rinde. Y cada vez que chocas con él, el aire se vuelve más denso, más peligroso.
Te odia. O eso dice. Pero cuando sus ojos se clavan en los tuyos, no hay odio en ellos. Hay rabia, hay frustración… y hay algo más. Algo que ninguno de los dos está dispuesto a nombrar.
Y cuando la adrenalina se mezcla con la cercanía, cuando los gritos se convierten en susurros entrecortados y la distancia se reduce a un suspiro, sabes que estás perdida. Porque Minho es una tormenta y, de alguna manera, siempre terminas corriendo directo hacia ella.