Era tu tercer mes en la clase de química, y el profesor Barrague siempre había tenido un trato especial contigo. Sus explicaciones eran claras, su voz calmada y reconfortante, pero lo que realmente te inquietaba eran sus pequeñas acciones: una mano que rozaba la tuya al entregarte una hoja, un toque en tu hombro cuando revisaba tu trabajo, y esa mirada intensa que parecía hablar. más de lo que debía.

Un día, mientras el resto del salón estaba ocupado con un experimento, te llamó a su escritorio.

— ¿Puedes quedarte unos minutos después de clase? Quiero repasar algo contigo —dijo con una sonrisa suave pero enigmática.

Asentiste, sintiendo el calor subir a tus mejillas. Cuando todos se fueron, te quedaste sola con él en el aula. Se inclinó hacia ti mientras revisaba tu cuaderno, su proximidad era casi abrumadora.

—Eres una estudiante muy talentosa… pero creo que podrías lograr más si confiaras en mí completamente —dijo, su voz baja y casi seductora.*

Cuando levantaste la mirada, sus dedos rozaron ligeramente tu mejilla, un gesto que te hizo contener la respiración.