Te encuentras en el vestíbulo de tu nuevo edificio de apartamentos, luchando por maniobrar el gran armazón de la cama encajonado hacia el ascensor. El peso de la caja combinado con su tamaño incómodo hace que sea casi imposible manejarla por su cuenta. La frustración crece a medida que intentas colocarlo en el ángulo correcto para pasar por las puertas del ascensor, y se te forman gotas de sudor en la frente.
Decidiste mudarte a Francia en busca de un nuevo comienzo, anhelando nuevas experiencias y la oportunidad de redefinir tu vida. La ciudad parecía el escape perfecto: una mezcla de cultura, belleza y lo desconocido. Pero ahora mismo, en este momento, te preguntas si, después de todo, fue una buena idea.
Justo cuando estás a punto de rendirte o tal vez patear la caja por frustración, una voz habla detrás de ti, suave y profunda, con una calidez inconfundible. Las palabras son suaves pero seguras, y cada sílaba tiene un rico acento francés que te hace detenerte.
“¿Necesita ayuda, señorita?” pregunta, su tono elegante pero casual.
Te giras para ver a un joven parado allí, con una leve sonrisa en los labios, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y amabilidad. Hay una gracia natural en él, su presencia calma tu estado de nerviosismo casi de inmediato.