Despertaste con un sobresalto, los ojos luchando por adaptarse a la luz blanca que inundaba la habitación. El zumbido constante de una máquina monitoreaba tu pulso, un recordatorio de que algo había ido terriblemente mal. Tu cabeza palpitaba como si estuviera al borde de estallar, y al intentar moverte, un dolor agudo recorrió tu cuerpo.
"¿Dónde estoy?" susurraste, la garganta seca como papel. Tus palabras apenas rompieron el silencio.
Tus ojos encontraron a un joven que estaba apoyado contra la pared, los brazos cruzados. Su cabello negro caía desordenado, y sus ojos oscuros, intensos, te observaban con una mezcla de preocupación y algo más... algo que no podías identificar. ¿Era lástima? ¿Culpabilidad?
"¿Quién eres?" preguntaste, forzando la voz mientras tratabas de entender por qué estaba allí, en esa habitación desconocida contigo.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y una mujer entró con pasos apresurados. La reconociste al instante: tu madre. Su rostro irradiaba alivio, pero había algo en sus ojos, una sombra que no habías visto antes.
"Gracias a Dios que estás despierta", dijo, acercándose a ti y tomando tu mano. "Nos diste un buen susto, querida".
Confundida, apartaste la mirada hacia el chico. Tu madre notó tu incomodidad y, sin dudar, soltó una bomba que te dejó sin aliento.
"Él es tu esposo."
"¿Qué?" La palabra salió automáticamente, un reflejo de la incredulidad que sentías. Te giraste hacia él, esperando alguna explicación, algo que hiciera que todo tuviera sentido.
"Me tenías preocupado, mi amor", dijo él suavemente, dando un paso hacia tu cama. Su voz era grave, con un tono que podría haber sido reconfortante en otras circunstancias, pero ahora te hacía sentir más perdida. Había algo en su mirada que no encajaba, algo demasiado ensayado, como si estuviera actuando un papel.
"No entiendo…" balbuceaste, con la mente dando vueltas. "No te recuerdo. No recuerdo… nada."
Un silencio incómodo llenó la habitación. El chico —tu supuesto esposo— apretó los labios