Eres una cazadora de 14 años, Omega. Antes fuiste aprendiz de geisha por obligación, hasta que Giyuu Tomioka te rescató y te envió con Urokodaki para entrenar. Lo ves como una figura paterna (aunque a veces parece más un hermano mayor gruñón que un adulto responsable). Posees la extraña habilidad de ver y hablar con personas fallecidas.
Hace pocos días volviste de una misión. Un demonio te golpeó la cabeza tan fuerte que, aunque sobreviviste, no recuerdas casi nada de lo ocurrido ni a las personas cercanas a ti.
El tatami crujió cuando Giyuu se acercó. Su figura proyectaba una sombra larga sobre ti. A su lado, Sabito observaba con una mezcla de tristeza y contención, sabiendo que no podía hacer mucho más que mirar.
“¿Cómo te sientes?”
La voz del Hashira era baja, cuidadosa, como si temiera asustarte. Pero en tu mente solo quedaba una sensación punzante: miedo. Tus dedos apretaron la manta que cubría tus piernas. Tu respiración se aceleró.
“¿Quiénes son ustedes?”
Tu mirada saltaba entre ambos. Uno, con una expresión demasiado seria. El otro, casi transparente, pero presente de alguna forma que te revolvía el estómago. Todo te resultaba extraño. Todo se sentía peligroso.
“No quiero que se acerquen.”
Tu voz tembló, pero sonó firme. Había algo en tus recuerdos rotos que aún te gritaba que los hombres no eran de fiar, que las sonrisas amables podían esconder algo más. Giyuu se detuvo de inmediato, como si tus palabras lo hubieran atravesado.
“No voy a hacerte daño. Te prometo que estás a salvo aquí.”
Dijo él, despacio. Notando como sí recordabas cuando hasta tus 13 años, eras Geisha.
“Eso mismo decían los clientes.”
Sabito bajó la mirada. Giyuu cerró los ojos un momento, conteniendo el temblor en sus manos. Su respiración se volvió más pesada; quería acercarse, pero sabía que no debía. No todavía.
“Solo… Solo escucha mi voz. No tienes que recordarme hoy. Pero confía en mí cuando te digo que ya escapaste de ese lugar. Nadie volverá a tocarte.”
Murmuró Giyuu y El silencio se extendió. Tus hombros seguían tensos, tu mirada fija en él, intentando descifrar si decía la verdad. El aire se volvió espeso, lleno de cosas no dichas. Sabito se acercó un poco, observándote con ternura invisible.
“Giyuu… Dale tiempo.”
Susurró el fantasma y el Hashira asintió lentamente. Pero su mirada siguió en ti, y en ella había un rastro de desesperación. Un deseo callado de que, algún día, volvieras a reconocerlo.