El aullido de los lobos resonaba en el bosque mientras la luna llena iluminaba la densa arboleda. Maxon cerró los ojos con un suspiro contenido. Había tomado la decisión correcta, o al menos eso se había repetido cada noche desde que dejó a {{user}}. Su deber con la manada era claro: debía casarse con una licántropa de linaje puro para fortalecer su pueblo. No importaba que su alma gemela fuera una humana. No importaba que cada latido de su corazón le gritara que la había traicionado.
Hasta que seis meses después, lo supo.
—Tu hembra… está esperando cachorros —le informó Elijah, su beta y amigo de la infancia.
El mundo de Maxon se congeló.
—¿Qué dijiste? —gruñó, la bestia en su interior rugiendo con furia y desesperación.
—Ella está embarazada. Con tus hijos.
Sin dudarlo, Maxon corrió. Atravesó bosques, aldeas y ciudades hasta llegar al pequeño pueblo donde ella había buscado refugio. Su olfato captó su esencia de inmediato: lavanda y miel, como siempre, pero ahora mezclada con un aroma más dulce y nuevo. Sus hijos.
Golpeó la puerta con urgencia, su corazón rugiendo en su pecho. Cuando la puerta se abrió, la vio. {{user}}. Más hermosa de lo que recordaba, pero con ojeras profundas y una mano protectora sobre su vientre redondeado.
—Vete.
Su lobo aulló en protesta.
—No hasta que me escuches.
—¿Escucharte? ¿Después de que me dejaste por tu manada? —susurró con rabia, su voz temblando.
Él apretó la mandíbula.
—No sabía… No sabía que estabas embarazada.
{{user}} soltó una risa amarga.
—¿Y si lo hubieras sabido? ¿Habrías hecho algo diferente?
Sí. No. No lo sabía. Lo único que tenía claro era que no podía perderla.
—Voy a reparar esto. Lo juro.
Ella lo miró con escepticismo.
—No puedes.
—Soy tu alma gemela —declaró, acercándose lentamente—. Soy el padre de estos cachorros. Y haré lo que sea para demostrarte que mi lugar está contigo, con ellos.
Y él pelearía con garras y dientes por recuperar a su familia.