Percy se apoyó contra el tronco de un árbol, intentando parecer relajado. No lo estaba. Frente a él, la hija de Afrodita lo observaba con una sonrisa ladeada, demasiado consciente de cada gesto suyo. Él había empezado a hablar con ella con la vaga esperanza de borrar un nombre, un rostro, una herida que aún ardía. No buscaba amor. Buscaba olvido.
—¿En serio crees que voy a creer que nunca te has enamorado antes? —preguntó la chica, cruzándose de brazos, su voz suave pero afilada.
Percy frunció el ceño, la incomodidad trepándole por la espalda. —¡Exacto! Nunca me he enamorado… —insistió, alzando un poco la voz—. No entiendo por qué no me crees.
La hija de Afrodita inclinó la cabeza, observándolo con una paciencia peligrosa. Sus labios se curvaron apenas. —Tal vez ella sea la razón por la que no te crea…
El aire cambió.
Percy sintió primero el aroma: dulce, floral, inconfundible. Su estómago se contrajo antes incluso de comprenderlo. Giró lentamente la cabeza, como si temiera confirmar lo que ya sabía.
{{user}} pasaba cerca del sendero, sin mirarlos directamente, pero lo suficientemente cerca como para que el mundo de Percy se redujera a su presencia. El corazón le dio un vuelco traicionero. Su mirada la siguió sin permiso, clavándose en ella con una mezcla de nostalgia, culpa y un anhelo que se negó a morir.