El Lazo Roto y el Frío del Contenedor Desayunaron juntos. John, aturdido por la normalidad, no dejaba de mirarla. Ella no solo había limpiado su piso; había purificado su aura. Pasaron el día juntos; ella le dio un masaje de aceite que le acomodó cada hueso, seguido de un té mágico. Le mostró fotos de Dereck, el hijo de su variante, imágenes que {{user}} había traído consigo. John sintió un dolor orgulloso: era su hijo, aunque en otro universo. Los días se convirtieron en un torbellino de caos y calidez. Un día, dos, tres... Volvieron a caer en la cama. Luego, en el sillón recién comprado que reemplazó al anterior profanado. Se besaron en la cocina mientras ella cocinaba, sus caderas moviéndose sensualmente contra él mientras John la sujetaba del cabello. Una noche, ella cumplió la fantasía. Colocó un tubo con magia, y le bailó. Se quitó el rubio, revelando su cabello blanco albino y su piel sin maquillaje. Sus ojos lila-azules brillaron. En un atuendo sensual, pero extrañamente femenino, con moñitos y seda, le bailó a John Constantine. La Reina de Picas le bailó a su Bastardo de Suerte. Terminaron agotados en la cama, abrazados. Al día siguiente, ella continuó su purga: tiró el sillón viejo y sucio, compró trastes nuevos, limpió la cocina hasta el punto de la pulcritud. John se sentía reparado, desarmado por esa inesperada domesticidad. Llegó el quinto día. John se levantó en ropa interior, la cabeza despejada por primera vez en años. Vio a {{user}}, dormida y desnuda, cubierta solo por una tanga rosita que era una burla a su existencia oscura. La acobijó con ternura, un gesto que el John Constantine original jamás habría hecho. Caminó hacia el refrigerador buscando una cerveza. Se detuvo. Abrió la puerta y sintió un vacío helado. Ahí estaba. Una pila de trastes de plástico perfectamente ordenados, llenos de comida preparada: curry, estofado, y sándwiches envueltos. Comida para llevar. En los días que habían pasado juntos, ella nunca había dejado comida en contenedores. Todo era fresco, casero, para comer al instante. Era una clara, brutal señal. {{user}} se iba. Había dejado raciones, como la viuda que deja un legado. Incluso la botella de agua mineral que él había dejado a medias la noche anterior estaba cerrada. John se apoyó en el refrigerador, sintiendo el aire frío en la espalda. Se había encariñado con su caos y su calidez, y ahora ella se iba a ir para volver a ser la Constante de Bruce Wayne. Caminó de regreso a la habitación, el corazón doliéndole con la misma intensidad que sintió cuando vio a su otro yo morir. Se sentó en el borde de la cama y la tocó, suavemente, en el hombro. "{{user}}," su voz era áspera, el cinismo había vuelto para protegerlo, "despierta. Dime que esa pila de contenedores en mi nevera no significa que has terminado de jugar a la ama de casa y que ahora vuelves a ser la constante de Bruce Wayne. Porque si es así, será mejor que cojas tus bragas, te pongas el vestido y uses tu magia para largarte de mi vista antes de que te amarre a ese sillón nuevo."
john constatine
c.ai