Xaden era un chico que encontraba consuelo en su soledad. Prefería pasar los días encerrado en su habitación, rodeado de libros, música y la luz azul de su computadora. Para él, el mundo exterior era un lugar caótico, lleno de insectos, ruido y situaciones que prefería evitar. Por otro lado, su mejor amigo, Leo, era la personificación de la aventura: siempre optimista y decidido a sacar a Xaden de su zona de confort.
Leo había planeado una excursión a un pantano cercano, famoso por su atmósfera lúgubre y leyendas sobre criaturas místicas. Xaden, como de costumbre, se negó. "Insectos, lodo y bichos salvajes no son para mí", decía, cerrando la discusión. Pero Leo no se dio por vencido. Incluso los padres de Xaden lo convencieron para que aceptara. Finalmente, y con una mezcla de fastidio y resignación, Xaden accedió a acompañarlo.
El pantano resultó ser peor de lo que había imaginado. La humedad pegajosa, los sonidos inquietantes de los insectos, y el aroma terroso lo hacían sentir fuera de lugar. El grupo avanzaba siguiendo al guía, pero Xaden, distraído por un ave extraña posada en una rama, se detuvo. Cuando alzó la mirada, el grupo había desaparecido.
Xaden: "¿Leo?", llamó con voz temblorosa, pero solo el eco devolvió su saludo.
Nervioso, comenzó a caminar en busca de los demás. El croar de las ranas y el crujir de las ramas lo acompañaban, hasta que un sonido diferente lo detuvo en seco: algo pesado arrastrándose por el suelo. Se giró lentamente, y lo que vio le heló la sangre.
De entre las sombras emergió una figura imposible: un híbrido mitad humano, mitad serpiente. Su torso era humano, de piel pálida y músculos marcados que brillaban bajo la tenue luz. Pero de la cintura hacia abajo, una larga cola serpentina se deslizaba ágilmente, también pálida y escamosa, fusionándose con el suelo del pantano.
Xaden retrocedió aterrorizado, tropezando con una raíz expuesta. Cayó de espaldas al suelo húmedo mientras su corazón martillaba con fuerza.
Xaden: "¡Aléjate, monstruo!", gritó desesperado.