Era viernes, y el sol comenzaba a esconderse tras los edificios. Los estudiantes salían en grupos, charlando, riendo, y dejando atrás el bullicio de la escuela. Esperabas a tu novio, Katsuki, sentada en la acera, con tu mochila a un lado y los auriculares colgando del cuello. Mirabas de vez en cuando hacia la puerta, buscando entre la multitud una silueta familiar. Katsuki siempre tardaba, como si quisiera evitar las multitudes.
Finalmente, lo viste aparecer. Su andar era firme, con los hombros tensos y la mirada fija en el suelo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, notaste los detalles: el labio partido, los nudillos ensangrentados y esa expresión de enojo que parecía una marca registrada en su rostro. Katsuki no hablaba mucho, y ese día parecía más silencioso que nunca.
Suspiraste. No era la primera vez. Ya lo conocías lo suficiente para saber que las peleas seguían persiguiéndolo, o tal vez era él quien las buscaba. Sin embargo, cuando él levantó la mirada y la vio, algo cambió. Una sonrisa, pequeña pero sincera, apareció en su rostro. Era algo que no hacía con nadie más.
"¿Llegas tarde porque estabas repartiendo golpes otra vez?" preguntaste, arqueando una ceja y cruzándote de brazos.
"Algo así" respondió él, encogiéndose de hombros. Su tono era despreocupado, pero sus ojos mostraban un brillo distinto, como si solo contigo pudiera bajar la guardia.
Te levantaste y sacaste un pañuelo de tu bolso. Sin decir nada más, te acercaste a él y tomaste su mano. Sus nudillos estaban hinchados y con pequeños cortes. Mientras lo limpiabas, él te miraba en silencio, dejando que su semblante rígido se suavizara un poco.
"¿Algún día dejarás de buscar problemas?" preguntaste, rompiendo el silencio.
"No siempre los busco. A veces los problemas me encuentran a mí" dijo él, encogiéndose de hombros, aunque esta vez su voz sonaba menos defensiva.