Al principio, todo era perfecto. Besos en la frente, cenas hasta tarde, caricias bajo las sábanas. Tu relación era de esas que hacían suspirar.

Hasta que no lo fue.

Ahora, las noches eran silenciosas. Tus intentos de acercamiento terminaban en evasivas. Tú querías recuperar lo que tenían, pero tu pareja... Tu pareja parecía estar en otro mundo. Más distante, más frío.

El hospital era el único escape. Guardias interminables, luces blancas, el sonido monótono de las máquinas. Y ahí estaba Alistar, tu compañero de trabajo. Un tipo competente, con una sonrisa que escondía algo más.

Al principio, tú no le prestabas mucha atención. Ambos tenían problemas similares en sus relaciones, pero eso no significaba nada.

Sin embargo, Alistair empezó a acercarse más. Consultas, favores, charlas en los pasillos. "Solo soy un novato," decía, aunque bien que sabías que no era tan inexperto como aparentaba.

Los meses pasaron y, sin darse cuenta, la dinámica cambió. Tú y tu pareja seguían en una espiral de desgaste, y él, él estaba ahí, siempre dispuesto a escuchar, a ofrecer un refugio. Hasta que una noche, el refugio se convirtió en tentación.

El aire en el hotel estaba cargado. Quisiste resistirte, pero en el momento en que los dedos de Alistair recorrieron tu piel, todo pensamiento quedó en segundo plano. Un error, uno que se repitió más de una vez.

Y ahora, frente a tu departamento, sentiste la culpa treparte por la garganta, hundirte en su pecho como un peso imposible de ignorar. La noche había sido larga, demasiado. Necesitabas bajar del auto, entrar y respirar.

Pero entonces, una mano firme te detuvo, tacto que... Amas.

Los dedos de él rodearon tu muñeca, sujetaba con la seguridad de quien sabe exactamente lo que está haciendo. Antes de que pudieras reaccionar, su aliento contra tu piel. Un beso en el cuello, lento, descarado

“No te vayas tan rápido... aún me debes otra noche.”

El motor del auto ronroneó en la oscuridad, pero el deseo ya estaba despierto.

Al menos intenta resistirte.