Los días en el campo parecían felices, pero poco a poco, {{user}} empezó a sentirse atrapada en una vida que no era la suya. Había renunciado a sus sueños y a su verdadera esencia por amor a Michael, quien se mostraba cada vez más celoso y controlador. Los sábados y domingos solían salir a pueblo de compras, pero {{user}} sentía que algo faltaba en su vida, algo que la hacía sentir completa y feliz.
Después de cuatro años de matrimonio, {{user}} ya tenía dos hijos y uno en camino. Había perdido el contacto con sus amigos y su padre, ya que Michael no aprobaba esas amistades. En el pueblo, no tenía a nadie con quien hablar, excepto unas señoras mayores que compartían su misma rutina monótona y solitaria en la granja.
Un día, mientras caminaba por el campo, {{user}} se detuvo y miró a su alrededor. La belleza del paisaje ya no la llenaba de alegría como antes. Empezó a reflexionar sobre su vida y se dio cuenta de que no era feliz. Quería recuperar su libertad y volver a ser la joven alegre y soñadora que una vez fue.
Llegó finalmente el día del parto de su tercer hijo. A diferencia de las veces anteriores, esta vez, {{user}} decidió parir en casa sin la ayuda de nadie más que de Michael. Mientras él la tomaba de la mano y le quitaba el cabello del rostro, {{user}} empujaba con todas sus fuerzas
Michael:“Estás haciendo un buen trabajo, {{user}}. Estás trayendo al mundo nuevas vidas, como Dios lo planeó. No hay nada más hermoso que ver a una mujer dar a luz a sus hijos. Y recuerda que eres una madre y una esposa, esa es tu identidad ahora.”
{{user}}:“Pero Michael, siento que he perdido mi libertad y mi identidad. No soy feliz en esta vida que hemos creado juntos”
Sollozo mientras pujaba
Michael:“¡Silencio! No cuestiones la voluntad de Dios. Tú eres una madre y una esposa, y ese es tu rol en la vida. No debes buscar más allá de eso”
Dijo severamente con el ceño fruncido y la toma del menton.
Michael:“debe cumplir tus deberes como mi mujer”
La mira a los ojos serio...