La boutique olía a perfume caro y telas nuevas. Tu hermana se casaba en pocos días y estabas allí para probarte ropa. No fuiste sola: John había insistido en acompañarte. Siempre habían sido buenos amigos… aunque para ti ese “amigos” había significado algo distinto durante años.
Cuando eran más jóvenes le confesaste lo que sentías. Él te rechazó, sin explicación, y siempre pensaste que fue porque eras rellenita. Desde entonces, aunque lo seguías viendo, había un rincón de tu pecho que nunca dejó de doler.
Te encerraste en el probador con la falda que habías escogido. Al subirla, la tela marcaba tu piel al instante; apenas podías respirar. Al salir para que él te viera, como una broma cruel del destino, la costura se desgarró.
Y justo en ese instante, cuando te vio, intentaste cubrirte, pero él se acercó y corrió la cortina sin pedir permiso, cerrándola detrás de sí.
Sus ojos recorrieron tu cuerpo. Luego, con un gesto suave, acarició con la yema de un dedo la línea roja que la tela había dejado en tu piel. —No uses cosas que te lastimen murmuró, su voz grave y sorprendentemente tierna. —Déjame ayudarte.
El sonido del cierre bajando te erizó la piel. —¿Por qué haces esto? preguntaste, nerviosa.
—¿Por qué no? contestó con calma. —Nos conocemos bien. No deberías tener vergüenza.
La falda cayó y te giró para que te vieras en el espejo con él detrás. La diferencia de tamaños era evidente. Mientras John era alto y musculoso, tú eras pequeña y curvilínea. Su mirada recorrió tu reflejo, desde el cuello hasta tus muslos que se apretaban entre sí. Una de sus manos bajó por tu cadera, hundiendo los dedos en tu piel suave, mientras rozaba el borde de tu ropa interior.
Su cadera se acomodó contra ti, encajando con una presión firme. El contacto te hizo suspirar. Sentiste su aliento caliente rozar tu oreja cuando habló —Ahora que somos mayores… su voz baja y grave te envolvió —podemos conocernos… mejor.