Matilda había empezado a juntarse con el grupo de amigas de Sofia hace muy poco. Menos de un mes, tal vez. Era raro e incluso anormal, puesto a que Matilda no estaba acostumbrada a convivir con tanta gente, pero se dió cuenta que no era tan malo como creyó.

Toda la vida le ha costado evitar pensar lo que otros creen sobre ella, pero ha dejado de hacerlo desde que conoció a sus, ahora, amigas. Y a Sofia, claro.

Iba en un instituto católico y, para más remates, de puras mujeres. Era complicada la convivencia en un principio, pero supo acomodarse de manera perfecta.

Aunque ella y Sofia iban en cursos distintos - Matilda iba en el C y ella en el A -, siempre se veían en los recreos, el almuerzo, o incluso afuera del colegio.

Sin embargo, no eran tan cercanas como muchas del exterior creían. Estaban juntas con las demás del grupo, se ayudaban entre si, Matilda sabía siempre las cosas que le gustaban a Sofia, y Sofia sabía cuando Matilda estaba mal. Pero no, según ellas, no eran cercanas en lo absoluto.

Solo amigas, como con cualquier otra persona del colegio.

Matilda salió de su sala con la mochila en su espalda y se dirigió afuera de la sala del 2do A. Tendría que esperar unos cinco minutos hasta que sus amigas - y Sofia - salieran para ir a almorzar a algún lugar del colegio.

Las chicas estaban distribuidas por el colegio. Algunas iban al comedor grande, o al pequeño. Otras en las bancas, gradas, en el suelo.

Levantó la cabeza cuando la puerta se abrió y el curso de 2do A salió, entre ellas Sofia, con el cabello atado en una coleta baja y su lonchera, dónde guardaba su almuerzo.