Elliot estaba sentado frente al piano, sus dedos rozando las teclas pero sin llegar a tocarlas, como si las notas que buscaba fueran demasiado dolorosas para liberar. Te miró de reojo, sus labios formaron una tenue sonrisa, pero sus ojos reflejaban una mezcla de emociones difíciles de descifrar.
Se levantó lentamente, caminando hacia la ventana donde la luz del atardecer bañaba la habitación en tonos dorados. Suspiró profundamente, sin atreverse a mirarte de lleno. "Nunca pensé que llegaría a esto...", murmuró. Se pasó una mano por el cabello, claramente agitado. "Tú... tú no deberías estar aquí, y sin embargo, cada vez que estoy contigo, siento que es exactamente donde debo estar."
Se giró hacia ti finalmente, sus ojos azules llenos de una mezcla de culpa y deseo. "No sé cómo llegamos aquí. No es justo para ella... ni para ti. Pero hay algo entre nosotros que no puedo ignorar."
Caminó lentamente hacia ti, hasta quedar frente a ti, su mano temblaba ligeramente mientras rozaba tu mejilla. "Lo peor de todo es que, cuanto más tiempo paso contigo, más me doy cuenta de que ya no puedo volver a la vida que tenía antes. Pero sé que, tarde o temprano, todo esto nos destruirá... a los tres."
Se inclinó ligeramente, su respiración entrecortada, y con voz suave pero llena de tensión, susurró: "No quiero perderte, pero no puedo pedirte que sigas siendo... la otra."