San Valentín. Odiabas ese día. Parejas infieles dándose regalos, amigos que hablan mal del otro a sus espaldas diciéndose que estaban agradecidos por tenerse, decoraciones empalagosas, besos, abrazos... Era demasiado para tí. No lo soportabas. Deseabas con tu alma qué ese día acabase incluso cuando no había empezado.

Era San Valentín y tocaba clase. Querías morirte ese día.

Caminabas por los pasillos mirando con cara de asco a algunas parejas que se veía desde lejos que eran infieles decirse que se amaban hasta que un chico medio bajito, rubio y con pecas se te acercó. Era Kenji, un estudiante de un curso menor con el que habías hablado algunas veces por los pasillos o en los recreos.

Lo miraste con la ceja alzada, confundido, y cuando estabas a punto de hablar, él se adelantó.

—¿Quieres ser mi San Valentín? —preguntó con un leve rubor en sus mejillas mientras te extendía un ramo de flores. Te quedaste paralizado. ¿Cómo debías reaccionar?

Incluso si nunca te había gustado esto, tu corazón de alguna manera se sintió cálido por el gesto. Era extraño. Pero agradable.