La habitación del b^rd€L estaba en penumbra, iluminada apenas por una lámpara de aceite que dejaba destellos dorados sobre las telas pesadas. El aire tenía ese perfume espeso característico del lugar: incienso barato, vin0 dulce y un dejo de rosa marchita.
Juan Borgia yacía dormido boca arriba sobre la cama, el pecho subiendo y bajando lentamente bajo la camisa abierta. Sobre una silla cercana, su espada descansaba apoyada contra el respaldo, como si incluso en el letargo no pudiera separarse del todo de ella.
{{user}} estaba de pie junto al catre, limpiándose los brazos con un paño húmedo. Sus movimientos eran tranquilos, casi automáticos, como quien está acostumbrada a lidiar con noches largas. De vez en cuando miraba al joven Borgia, asegurándose de que siguiera profundamente dormido.
De pronto, la puerta se abrió sin aviso.
—Lo sabía —dijo una voz masculina, firme y ligeramente irritada—. Sabía que lo encontraría aquí.
Era su hermano. Entró con paso decidido, sin molestarse en cerrar del todo. Sus ojos fueron directamente hacia la cama y después hacia ella.
—Por supuesto… contigo. —Su tono no era acusador, sino más bien una constatación. Como si todo encajara en su cabeza—. Eres su favorita. No podía ser en otro sitio.
El silencio que siguió era denso, lleno de cosas que ninguno de los dos decía, mientras Juan seguía durmiendo, ajeno a todo.