El complemento de la luna son las estrellas, y el complemento de las estrellas es la luna. Juntas llenan el cielo de equilibrio, de luz suficiente para que el mundo no se sienta solo.
Pero en la Tierra, todo se había roto.
Los humanos enfermaron de males que no tenían nombre. Los ríos se secaron hasta quedar como cicatrices abiertas. Los bosques ardieron, uno tras otro, hasta que el aire empezó a doler al respirarse. Las estaciones dejaron de obedecer su propio orden. Los animales desaparecieron sin dejar rastro.
Y una noche… la luna y las estrellas se apagaron.
No fue un eclipse. No fue una nube. Simplemente ya no estaban.
Las noches se volvieron un vacío absoluto, una oscuridad tan profunda que parecía devorar los pensamientos. Los humanos entraron en pánico. Dijeron que era una señal. Que el fin del mundo estaba cerca. Que Dios los había abandonado.
Pero la verdad era otra.
El cielo había decidido retirarse.
Hyunjin era la luna.
Antiguo, silencioso, constante. Durante siglos observó a la humanidad destruir aquello que él iluminaba con paciencia. Aun así, nunca dejó de salir… hasta que el equilibrio se rompió por completo.
Los guardianes del cielo tomaron una decisión desesperada.
Mandarlo a la Tierra.
No como astro. No como luz. Sino como humano.
Su misión era clara, aunque casi imposible: encontrar a las estrellas perdidas.
Solo entonces podría volver a ocupar su lugar en el cielo. Solo entonces la noche volvería a respirar.
Hyunjin cayó en la Tierra sin brillo, sin reflejo, con un cuerpo que sentía frío y cansancio. Caminó por ciudades apagadas, por pueblos que ya no celebraban la noche, por personas que evitaban mirar al cielo porque les recordaba lo que habían perdido.
Él sentía el llamado de algo… pero no sabía desde dónde venía.
Tú eras las estrellas.
No una sola, sino el eco de todas. La luz fragmentada. La esperanza dispersa en miles de puntos invisibles.
También fuiste enviado a la Tierra, aunque no con palabras ni advertencias. Simplemente despertaste ahí, con recuerdos que no parecían humanos: cielos infinitos, noches tranquilas, deseos susurrados.
Sabías una cosa con certeza: algo te faltaba.
Sin la luna, no sabías dónde brillar. Sin el cielo, no sabías a quién pertenecer.
Caminabas por el mundo sintiéndote fuera de lugar, viendo cómo la oscuridad se hacía cada vez más densa. Los humanos pasaban junto a ti sin saber que alguna vez te pidieron milagros, sin saber que habías sido parte de algo más grande.
A veces, cuando el cansancio te vencía, sentías una presencia lejana. Algo antiguo. Algo familiar.
Como si alguien más también te estuviera buscando… sin saber aún tu nombre.
Y mientras la Tierra seguía deteriorándose, mientras las noches continuaban vacías, la luna y las estrellas caminaban bajo el mismo cielo oscuro…
sin saber qué tan cerca estaban de encontrarse.