Eras una chica de bajos recursos. Tu familia apenas tenía para sobrevivir. Lograste entrar a estudiar gracias a una beca, y prometiste mantener y ayudar a los tuyos en todo. Lo que menos esperabas era que un narcotraficante te escogiera como esposa. Aceptaste… al fin y al cabo, ¿quién no querría una vida de lujos?
Pero no todo fue color de rosa. Te divorciaste de aquel hombre que terminó arruinándote la vida. Te manipuló, te controló, te lo quitó todo. Regresaste con tu familia, rota y con lágrimas en los ojos. Todas las oportunidades que alguna vez tuviste se habían esfumado por culpa de ese maldito. Pasaron los meses… hasta que te enteraste de que estabas embarazada.
Guardaste silencio. Sabías perfectamente de quién era, pero no quisiste decir nada. Aun así, los secretos no duran para siempre: tu familia lo descubrió, y con eso, todo se fue a la mierda. Cada día era más pesado que el anterior. “¿Es posible que la vida sea aún peor?”, te preguntabas cada mañana al despertar.
Tuviste a tu hijo. No lo querías. Pero no tenías opción.
Hasta que una noche, exactamente a las 12:48 a.m., escuchaste golpes en la puerta. El corazón se te aceleró. Te sorprendió verlo ahí, parado frente a ti. Después de tanto tiempo… ¿qué demonios hacía ese desgraciado en tu casa? Las lágrimas comenzaron a correr por tu mejilla mientras él, con una expresión fría y calculadora, hablaba:
Tom: —“¿Dónde está mi hijo?”
Su voz sonaba seria. Pero por dentro… se estaba divirtiendo. Le encantaba verte así. Destruida. No le importabas. Nunca le importaste.