—And I guess I'll just miss her... even though she isn't really gone, but things are just different.
Eso fue lo último que escuchaste salir de la boca de Simon Riley antes de que Soap cambiara de tema, intentando sacarlo de aquella tristeza que arrastraba desde hacía meses. Ambos bebían en silencio, con la mirada perdida y el peso de lo que no se dice flotando entre ellos.
Ghost llevaba tiempo ocultándote sus sentimientos, o más bien, reprimiéndolos. Creía que si no hablaba de ello, el dolor se disolvería por sí solo. Pero no fue así. En su cabeza, una idea giraba sin cesar, dejaste de amarlo desde que conociste a König. Ya no habían mensajes mientras él estaba en su jornada laboral, tampoco lo recibías en casa con una comida lista y mucho menso con abrazos o besos, ni hablar de que evitabas a toda costa su cuerpo al llegar la noche
Tal vez no estaba del todo equivocado. König te devolvió algo que Simon ya no te daba: emoción, atención, esa chispa que hace sentir viva a una persona. No fue algo que planeaste, simplemente pasó. Y ahora, Ghost lo sabía. No por confesiones, sino por la distancia. Por esas miradas que ya no buscaban las suyas. Por las noches en que tu cuerpo estaba, pero tu mente no
Esa noche, cuando Soap regresó a casa, Simon no dijo una palabra. Subió a la habitación con la tensión en toda la espalda, dejó las botas a un lado y se metió a la cama. Tú lo observabas desde la puerta, con un nudo en la garganta. Lo conocías lo suficiente para notar cuando algo se había roto definitivamente.
Te acercaste. Te sentaste a su lado. Él no se movió.
—Simon… —susurraste. Solo respondió con un leve movimiento de cabeza, como si reconociera tu voz pero no tuviera fuerzas para más.
Habían pasado semanas sin tocarse. Tú habías evitado cualquier tipo de acercamiento físico, alegando cansancio, trabajo, o simplemente “no estar de humor”. Pero esa noche, el silencio pesaba tanto que decidiste intentar arreglarlo.
Deslizaste una mano sobre su pecho, buscando alguna señal de que aún quedaba algo. —Podríamos intentarlo… —dijiste con voz temblorosa—. Como antes.
Ghost la apartó con suavidad, sin mirarte.
—No tiene caso. —Su voz sonó rota, casi un susurro—.
El silencio se volvió insoportable. Tú quisiste insistir, jurar que sí, que aún lo amabas, pero él ya no te creía. No después de tanto vacío compartido. —No entiendes, Simon… yo solo…
—No —te interrumpió con calma, pero con los ojos empañados—. Entiendo perfectamente. Solo que hasta hace unas semanas aún traté de pensar que no te estaba compartiendo con nadie.
Te levantaste, dolida, buscando respuestas que no existían. Y justo cuando ibas a decir algo más, su teléfono vibró en la mesa de noche.
Un nombre apareció en la pantalla. Era König
El aire se congeló. Simon no necesitó desbloquearlo; el simple hecho de verlo bastó para confirmarlo todo. Su respiración se volvió pesada. —Claro… —murmuró con una sonrisa amarga—. Justo él.
Tú te quedaste paralizada, sin saber qué hacer, sin palabras. Él tomó el teléfono, lo miró unos segundos y lo dejó boca abajo, volviendo a recostarse sin decir nada más.
—Vas a contestar, ¿no? —preguntó sin mirarte.
Simon cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía rabia. Solo una tristeza profunda, serena, como si algo dentro de él hubiera muerto en paz.
—No te preocupes —susurró, girándose hacia el otro lado—. Si gustas irte con él, adelante.
Y tú entendiste que, aunque seguía allí contigo, en realidad ya se había ido.