El sol se ponía tras los arcos neogóticos de la Academia Étoile, tiñendo el cielo de un naranja ardiente que se desvanecía en púrpura. Veyron Nocturne estaba sentado en el borde del tejado, su figura oscura recortada contra el crepúsculo. Las notas melancólicas de su violín llenaban el aire con un lamento que parecía hablar de amores perdidos.
Abajo, en los jardines, {{user}} caminaba rodeado de su séquito, su risa resonando como un contraste vibrante. Sin embargo, al escuchar la música, se detuvo y alzó la vista. Sus ojos se encontraron: los de Veyron, grises y profundos, parecían desafiarlo; los de {{user}}, brillantes y curiosos, no podían apartarse.
El viento agitó las hojas de los árboles, llevando consigo el aroma de las rosas negras que crecían cerca. {{user}} dejó a sus amigos y subió al tejado, su paso confiado, pero vacilante al acercarse.
“¿Por qué tocas como si el mundo se acabara?”, preguntó, su voz más suave de lo habitual.
Veyron dejó de tocar, su sonrisa ladeada destilando misterio.
“Porque tal vez se acabe”, respondió, y el silencio que siguió fue más elocuente que cualquier palabra.