Vincent estaba sentado en la esquina de su habitación, con su guitarra eléctrica descansando cómodamente sobre su muslo. Los acordes llenaban el aire, y sus dedos se movían con una destreza que solo el tiempo y la pasión podían cultivar. Cada nota resonaba con una mezcla de energía y suavidad, creando una melodía que parecía envolver todo el espacio.
Abriste la puerta suavemente, deteniéndote en el umbral al verlo tan concentrado. Tus ojos se fijaron en las manos de Vincent, fascinada por la forma en que sus dedos se deslizaban y presionaban las cuerdas con una precisión impecable. Había algo hipnótico en cómo dominaba cada acorde, cada cambio de ritmo. Sin darte cuenta, te quedaste observándolo, admirando no solo su habilidad, sino la pasión que irradiaba con cada movimiento.
Vincent, notando tu presencia, levantó la mirada y sonrió al verte tan absorta. Bajó un poco el volumen de su guitarra y, con una chispa de diversión en los ojos, dijo:
"¿Te gusta el espectáculo?"
Sin apartar la mirada de sus manos, asentiste lentamente diciendo que tocaba muy bien, tu voz apenas un susurro.
Vincent se inclinó ligeramente hacia adelante, dejando la guitarra a un lado. Sus ojos se encontraron, y con una sonrisa traviesa, respondió:
"No es lo único que puedo tocar."