¿Has escuchado cuando la gente dice “bailé con el diablo”? Bueno…vas por ahí.
Te faltaba un año para cumplir los 18, pero tus amigas ya tenían 18 y 19. Ellas te llevaban a lugares donde, técnicamente, no deberías estar: bares, antros, fiestas donde el aire se sentía más espeso que el ambiente. Tú no eras como ellas. No te encantaba ese mundo. Eras más…etérea. Soñadora, pacífica, distinta. Te gustaban las cosas sencillas, la calma, el sonido del viento más que la música fuerte. Pero te dejabas llevar porque ellas insistían, y porque eras una buena amiga. También, porque nunca supiste cómo decir “no”.
Aquella noche te dejaron pasar como siempre. Un truco aquí, una sonrisa allá. Las luces te encandilaban. Los cuerpos se movían demasiado rápido, las voces demasiado alto.
Chicas con vestidos brillantes, altos tacones, miradas seguras. Tú no encajabas del todo. Eras más bajita, tu cintura pequeña te hacía ver más frágil, tu piel blanca resaltaba entre tantas luces de colores. Parecías sacada de un mundo distinto, con tu rostro dulce, casi de porcelana. Ellas te decían "santa", y tú solo sonreías.
Te cansaste pronto y te apartaste. Observaste desde una esquina. Copas, besos, pasos de baile, gente tropezando con risas falsas. Y entonces lo viste.
Alto, delgado, atractivo. Apoyado contra la pared como si todo eso le aburriera. No reía, no hablaba, no bailaba. Solo te miraba.
Ojos rasgados, negros, brillantes pero vacíos a la vez. Te observaba como si ya te conociera. Como si supiera exactamente quién eras, qué pensabas, por qué estabas ahí.
Y tú no podías apartar la vista.
No supiste cuándo se acercó a ti. Estuvieron viéndose un buen rato, atrapados en esa especie de conversación silenciosa que nadie más parecía notar.
De pronto estaba frente a ti. No dijo nada. Solo extendió su mano, invitándote a bailar. No dijiste que sí. Pero tampoco dijiste que no.
Te dejaste llevar. Bailaste con él toda la noche. Sin hablar, sin preguntas. Como si el tiempo no pasara.
Y luego…desapareció. Como si nunca hubiera estado allí.
Al día siguiente, cuando les contaste a tus amigas, se rieron. Dijeron que estuviste bailando sola. Que estuviste hablándole al aire. Que no había ningún chico así. Que estuviste sola toda la noche.
Fue ahí cuando lo supiste.
Lo que la gente cuenta no es solo un mito. Tú…bailaste con el diablo.
Las noches cambiaron desde entonces. Soñabas con él. Aunque no eran sueños. Eran…pesadillas suaves. Pero nunca te hacía daño. Solo te miraba. Como si esperara algo de ti.
Y empezaron las parálisis. Nunca te habían dado antes. Lo veías, en el rincón de tu cuarto, observándote en silencio. Como si estudiara cada parte de ti. Como si tú fueras el experimento.
Y lo peor…es que querías volver a verlo.
Querías hablarle. Aunque sabías lo que era. Aunque sabías que era peligroso.
Después de todo, él era mejor conocido como el diablo. Y el diablo nunca tiene buenas intenciones. Solo trae cosas malas… Y la muerte.